“Infraestructura y envejecimiento de la población: repensando la construcción ante un nuevo fenómeno demográfico”: revista colombiana publica columna de Alex Wagemann, quien hace un llamado a que proyectos, públicos y privados, integren éste y otros factores sociales a diseños y licitaciones
Por: Alex Wagemann, socio fundador de WAGEMANN Consulting.
Hace un par de meses, llegó a mis manos un estudio de McKinsey & Co., denominado “Dependency and depopulation? Confronting the consequences of a new demographic reality”, que aborda los desafíos urgentes de vivir en una sociedad global con una población que va constantemente envejeciendo y cuya tasa de reemplazo se aprecia cada vez más disminuida.
Actualmente en Latinoamérica, la tasa de fertilidad promedio se encuentra en 1.8 hijos por familia. Para mantener la actual población, la tasa debiera estar en 2.0. Esto se traduce en que aumenta la cantidad de personas mayores en proporción a los menores de edad, tendencia que llegó para quedarse, salvo que ocurra algo extraordinario en el camino.
Una disminución drástica en la población activa genera a su vez una serie de efectos sociales, económicos y culturales, dentro de los cuales se encuentra la reducción de los aportes impositivos a los respectivos Estados. Un cálculo simple permite pronosticar, por ejemplo, que en materia de pensiones públicas, quienes aportarán económicamente en los próximos años no sólo deberán mejorar su productividad, sino que además necesitarán aumentar su colaboración económica en términos de porcentaje de sus salarios para mantener a una población pasiva creciente.
Todo lo anterior lleva a preguntarse el efecto de esto en el desarrollo de proyectos de ingeniería y construcción. Desde el punto de vista habitacional, tiene inmensas implicancias, ya evidentes actualmente. Por ejemplo, la reducción del tamaño y la configuración de casas y departamentos, cada vez con menos habitaciones, donde el loft ha pasado a convertirse en el producto más vendido de las inmobiliarias; o bien, el aumento de espacios colectivos en los edificios (coworking, gimnasios, salas de cata de vinos, pet-zones), que hablan de una menor presencia de niños y la preferencia por actividades adultas.
Bajo la perspectiva de la infraestructura pública, el efecto es similar. Una población más envejecida tiene requerimientos específicos. La construcción hospitalaria necesita responder oportunamente a una demanda en aumento. Las autopistas requieren de diseños con menos curvas, con peraltes más suaves, con mejor visibilidad, lo que implica mayor inversión en iluminación (la visión nocturna de las personas adultas disminuye con el tiempo) y una señalética más llamativa, entre otros.
Lamentablemente, pocos están tomando en consideración este fenómeno. El diseño de los proyectos públicos no tiene, al menos en el papel, este factor en la agenda. Los manuales de carreteras envejecen igual que la población. Las adjudicaciones se siguen haciendo por precio, aun cuando se destaca la iniciativa del Banco Mundial de introducir el “rated criteria” en sus licitaciones, incorporando un método de evaluación que considera otro tipo de factores. Pero esto no llega todavía a la licitación pública local y tampoco queda claro cuándo llegará.
El problema práctico del fenómeno que vivimos es que se sigue diseñando infraestructura para una población joven, sin considerar su envejecimiento y, más grave aún, que los fondos públicos por impuestos se reducirán en la medida que se disminuya la población activa ¿No será el momento de pensar en diseñar infraestructura de calidad atendiendo la realidad social, como también, frente a la sequía de recursos públicos, desarrollar de manera más eficiente las Asociaciones Público- Privadas? Lo que tenemos en este momento es una historia en desarrollo.
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